domingo, 18 de febrero de 2018

Esperanza de verano

    ¿Recuerdas los días de verano cuando veíamos nuestros propios anocheceres y dormíamos juntos bajo la luna?
    Todas y cada una de esas noches esperaba a que te quedaras dormido para poder salir al balcón a tomar aire, soñando que así tú realmente estarías conmigo.
    Sentí tus manos junto a las mías, casi como si hubieras estado ahí, y ese tacto de piel con piel  fue tan eterno que nunca pude notar que te estabas yendo, ni mucho menos que tal vez nunca estuviste por completo, entonces te seguía viendo, palpaba tu ausencia y pensaba que eras el mismo, como cuando crees que miras la misma estrella cada noche.
    Cuando por fin me di cuenta que ya no estabas empecé a ver tu sombra desde la puerta, sólo cuando estaba entreabierta. Y desde esa pequeña apertura puedo mirarte volar de tierra en tierra, te mueves al ritmo del sonido de tus alrededores mientras yo escucho distintos cantos en mis cercanías, pero éstos no dicen nada, son un tarareo que ignoro al concentrarme en no perder de vista si volverás.
    El cuarto se volvió frío cuando te fuiste o ¿siempre fue así?, tal vez no lo sentía por el calor de tu cuerpo, que era tanto que aún a centímetros de rosarse con el mío podía sentir un tibio en cada parte de mi ser, como si te llevaras la frialdad que me caracteriza, y así, no necesitaba nada más para cubrirme cuando tú estabas cerca.
    ¿Me ves desde donde estás? ¿No necesitas un poco de mi frío para nivelar tu calor?
    Después de todo, si puedes escuchar mi voz, promete que si no regresas éste verano, como en todos aquellos en los hemos estado juntos, no volverás jamás, y dejarás que cierre desde afuera la puerta de la habitación, permitiendo que todo lo demás que ha sido permanezca adentro, desde nuestras risas, hasta los ósculos que dejaste en mi alma.
    Entonces, chico de sol nocturno, déjame partir sin ti, ni tus recuerdos (para siempre) o hiéreme una vez más con tus viajes de media noche.


NANA